La masía es la cédula básica de las explotaciones agrícolas de las montañas interiores de la franja costera de nuestra comunidad y, por lo tanto, la forma tradicional de propiedad rural de la sierra de Mariola. Su explotación se caracteriza por un cultivo extensivo, de secano. La palabra «masía» se utiliza en nuestras tierras tanto para referirse al terreno como para aludir al edificio (más propiamente, la masía) donde viven los colonos que cultivan este terreno.

Económicamente, las masías representaban comunidades autosuficientes, normalmente unifamiliares, capaces de obtener su pan, vino y alimentos necesarios para mantener el cortijero («masero») y su familia. Solían tener una pequeña huerta, destinando los productos allí producidos al consumo propio, y un gran terreno de cultivo extensivo de secano (principalmente cereales, vid o frutales), comercializando estos productos. Si la extensión del terreno era muy grande, podía ser necesaria para la explotación la ayuda de jornaleros o asalariados.
Normalmente la masía no era explotada directamente por su propietario, sino que estaba cedida a medieros, generalmente en régimen de aparcería -en el que el mediero que tenía arrendado el terreno debía dar una parte de la cosecha al propietario, y los gastos corrían a cargo de los dos-.

Con los cambios sociales y económicos producidos por la revolución industrial, las masías pasan de ser la base de la economía a ser centros de ocio adquiridos por la burguesía industrial para varios usos y diferentes motivos: como lugar de descanso, por el prestigio de la posesión de tierras y en algunos casos por reinvertir los dineros ganados con la industria.

La masía, en el sentido de casa, es uno de los elementos más característicos de nuestro paisaje agrario. En cuanto al aspecto morfológico, es un perfecto representante de la casa-bloque, en la que no existe discontinuidad entre las partes que la componen. Todas las dependencias se encuentran en un edificio que presenta diferentes alturas.

La planta baja es donde se hace la vida cotidiana; presenta una habitación grande, adscrita a cocina y comedor, donde se realizan las principales funciones. En esta sala se encuentra el hogar y el banco donde se dejaban los cántaros de agua (en extremos opuestos de la habitación); aquí dan lugar a una serie de dependencias como la bodega, la leñera, el horno, el establo, etc. La única luz proviene habitualmente de la puerta. Otros compartimientos situados en esta planta solían ser la despensa, donde se almacenaban los alimentos, el amasador y a veces una o dos habitaciones, que eran las que ocupaban los medieros si la masía no era de su propiedad.

En la primera planta se situaban las habitaciones, dormitorios propios del masero o bien las dependencias del amo de la masía. En este último caso el edificio podía tener una escalera externa para acceder sin pasar por el piso inferior.

En lo alto, encima de esta planta, se situaba la “cambra”, espacio que servía de almacén de grano, conservas, etc.

La masía puede salir directamente al campo o bien a un patio delantero acotado donde, adosados a la casa, se situaban los corrales, pocilgas y algunas dependencias anexas. Comentar que también en ocasiones la existencia de una pequeña capilla, muy habitual en las masías grandes. Cerca del edificio está el pozo, de donde se cogía el agua para el consumo de la casa, y un gran árbol de sombra (casi siempre un olmo o una carrasca) que en ocasiones da nombre a la masía.

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